29/12/2013 – 00:00 por Daniel Méndez – publicado en el XL Semanal
Violinista y médico de 26 años. A los 11 entró en la Filarmónica de Israel y a los 19, en la Orquesta de Los Ángeles. Se licenció en Medicina con 17 años. Ha fundado Street Simphony: música para los excluidos.
XLSemanal. ¿La música cura?
Robert Gupta. Sin duda. Tiene un enorme poder terapéutico. Permíteme que, para explicártelo, te hable de una persona que conocí hace algunos años.
XL. Adelante.
R.G. Se llama Nathaniel Ayers. Era un prometedor músico que había estudiado en la célebre Escuela Juilliard de Nueva York. Sin embargo, su carrera quedó truncada porque padecía esquizofrenia. Acabó mendigando en Los Ángeles tocando para sacar dinero. Su historia terminó en un libro y una película, El solista.
XL. Y usted lo ayudó… dándole clases de violín.
R.G. Cuando lo conocí, estaba perdido: se le veía en los ojos. Hablaba de demonios que lo envenenaban mientras dormía. Y sentí miedo.
XL. ¿Miedo?
R.G. No por mí, sino por la posibilidad de no conectar con él. Así que, en lugar de hablar de escalas, me puse a tocar y vi el cambio en su cara. Se acababa de producir una reacción química en su cerebro, y mi música había sido el catalizador.
XL. ¿Y cómo se produce?
R.G. La música afecta a nuestro sistema endocrino, reduce la hormonas causantes del estrés, como el cortisol.
XL. ¿Se usa como terapia?
R.G. ¡Por supuesto! Piensa, por ejemplo, en el trabajo del doctor Gottfried Schlaug, un neurocientífico de Harvard. Él defiende un método cada vez más popular conocido como ‘terapia de entonación melódica’.
XL. ¿En qué consiste?
R.G. Trabajando con afectados por apoplejías afásicas, que no pueden articular una frase breve, se dio cuenta de que, aunque no podían hablar, sí podían cantar la letra de una canción. La música ‘recableaba’ sus cerebros para superar las lesiones que habían sufrido.
XL. ¿Quién más se puede beneficiar?
R.G. Puede ayudar a niños con autismo; en casos de depresión y ansiedad; permite a enfermos de párkinson controlar sus temblores; y se ha visto cómo un paciente con un alzhéimer tan avanzado que ni siquiera reconocía a su familia ha podido tocar una pieza de Chopin que aprendió de pequeño.
XL. ¿Y entendemos el mecanismo?
R.G. Solo en parte. El siglo XX ha sido el siglo de la física: lo ha dominado todo, desde la teoría de la relatividad hasta la bomba atómica. Este, sin embargo, será el siglo el milenio, más bien del cerebro. Encontraremos herramientas que a día de hoy ni siquiera imaginamos.
XL. Pero usted, dividido entre la medicina y la música, optó por esta…
R.G. Fue una decisión muy difícil. A los 17 años obtuve mi licenciatura en Medicina. Estaba enamorado de la neurociencia, pero, al mismo tiempo, había tocado el violín toda mi vida.
XL. Era su pasión.
R.G. Era más que una pasión: era mi oxígeno. Alguien me dijo que la medicina podría esperar, que podría retomarla más adelante. Pero la música no. Así que aposté por ella: me presenté a una audición en la Filarmónica de Los Ángeles y me aceptaron. ¡Era un sueño cumplido!
XL. Y puso en marcha Street Simphony.
R.G. Robert Schumann dijo que el deber de los artistas es enviar luz a la oscuridad de los corazones. ¡El propio Schumann era esquizofrénico y murió en un psiquiátrico! Con Street Simphony queremos llevar esa luz a mucha gente que no tiene acceso a conciertos de música clásica: gente sin hogar, enfermos mentales, veteranos de guerra con estrés postraumático…
XL. ¿Siempre música clásica?
R.G. El estilo es lo de menos. Somos un grupo de activistas que aprovechamos la capacidad de la música para derribar barreras físicas y mentales.
Pregunta a bocajarro
¿Podría crearse una partitura con fines terapéuticos?
Hay experimentos. Un compositor ha creado piezas para centros hospitalarios. Y una vez conocí a un pianista que tocaba en el hall de un hospital. Un médico le dijo que él hacía más por pacientes y familiares que los cirujanos en la sala de operaciones.
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