La adolescencia es una de las etapas más extraordinarias de la vida, por lo menos, a nivel neurológico. La capacidad de aprendizaje de un adolescente es extraordinaria. Su cerebro se “reescribe” y actualiza siendo éste un momento clave en su desarrollo.

En esta etapa (13-18 años) en la que parece que sus protagonistas a nivel social adolecen de algo fundamental pero intangible, en realidad el cerebro del ser humano se está “sobreescribiendo” y está sometido a grandes cambios que afectan a todo su organismo.

Es un momento delicado para ellos y para su entorno. El cerebro está en  una fase de desarrollo crucial y parecida a la que se da en los primeros años de vida. Es como si en estos años, además de afianzar las estructuras básicas del “edificio”, a éste se le proveyera de todas las demás estructuras complejas pero necesarias para su pleno rendimiento como adulto. En estas fases se desarrollan los lóbulos frontales encargados de las funciones ejecutivas, del control, de la atención, y, además, hay una conectividad neurológica inmensa, siendo su capacidad de aprendizaje extraordinaria.

Todos estos cambios neurológicos y fisiológicos acaban afectando a la relación entre padres e hijos. Lo cierto es que en esta etapa los adolescentes necesitan despegar de sus progenitores e intentar encajar y ser aceptados por el grupo de amigos. Necesitan que su parte de niño vaya despareciendo poco a poco y que los adultos les apoyen de otra forma. Buscan reafirmarse, independencia y autonomía, y para ello a veces desembocan en conductas rebeldes y peleonas.

Pero claro, aunque los padres quieren lo mejor para sus hijos, en ocasiones se sienten desorientados y decepcionados por tan inesperados cambios de humor y de rumbo. Sin duda, la familia es clave y constituye una pieza fundamental en el desarrollo del adolescente dentro de este nuevo paradigma en el que la adolescencia, lejos de ser una etapa desagradable y difícil, se convierte en una fase floreciente y crucial para desarrollar cualquier talento inherente.

Los adolescentes necesitan límites para definir y encontrar su propio espacio, y la educación autoritaria de antes  -del tipo “aquí mando yo y tu haces lo que yo digo porque sí”-  ya no sirve, porque ese niño obediente y pequeño ha sido sustituido por un hombre o mujer joven que lo que necesita son desafíos que estén a su altura para poder responsabilizarse y aprender a manejar su vida.

Sin ir más lejos, en las culturas más tribales y ancestrales, hacia los 12-15 años se producía (aún se produce en algunas) un ritual de iniciación en el que, una vez superada la prueba, la tribu los consideraba adultos. Algunas veces el ritual consistía en ir a caza un león o un tigre para lo que se requería demostrar un gran valor. Una vez cazado el animal se producía el punto de inflexión y pasaban a formar parte del clan de los adultos: toda una demostración de valor y reconocimiento.

En nuestra sociedad occidental estos rituales van quedando desdibujados y tienden a desaparecer. Lo más parecido a un ritual de iniciación es un cambio de ciclo académico o, a nivel social, la tradicional puesta de largo o la confirmación religiosa. En algunos lugares se siguen manteniendo estas tradiciones, pero se ha perdido su sentido profundo y muchas veces no sabemos para qué servían y se convierten en un tema de rango social. Sin embargo, los adolescentes necesitan experimentar  ese punto de inflexión para ir ganando en responsabilidad y poder sobre su vida, para ir desarrollando sus talentos.

En los seminarios que organizo para adolescentes propongo poner en práctica  e interiorizar “el ritual del guerrero”, por supuesto sin necesidad de matar leones ni ponerse en peligro.

El arquetipo del guerrero desarrolla el propio poder, la fortaleza, la responsabilidad y el carisma, como efectos secundarios. Es un taller lúdico en el que los adolescentes aprenden a ir tomando las riendas de su vida con los tres poderes del guerrero interior: el poder de la presencia, de la comunicación y de la posición. Aprenden que cuando alguien domina el poder de la presencia sabe expresarse a nivel mental, emocional y físico, lo que se traduce en ganas de estar ahí, presente, en la vida. Que quien domina el poder de la comunicación sabe alinear lo que se dice con el momento y el contexto. Y quien conoce el poder de la posición tiene el coraje de tomar postura e informar a los demás de dónde se está.  En definitiva, que un guerrero maduro sabe mostrar honor y respeto por todas las cosas, se comunica con juicio, establece límites y fronteras, es responsable y disciplinado y utiliza correctamente su poder… es un ser con carisma y se siente muy bien.

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