Recibí el encargo del Real Jardín Botánico de Madrid de componer una música para su invernadero y, al preguntarles sobre lo que buscaban, me dieron este mensaje, que cito: “.., queremos que el visitante entre en contacto con las plantas, que las hojas le rocen, que tenga que inclinar la cabeza al pasar bajo una planta carnívora o una orquídea para poder avanzar, que con la mano se vea obligado a retirar en su recorrido alguna fronda de palmera o musgo español (Tillandsia usneoides) y recibir la sensación de que realmente se encuentra en una pequeña jungla.”
Me encantó esa descripción tan sensorial, que me sirvió mucho para imaginar cómo algo tan intangible como el sonido o la música debería fusionarse dentro de ese cuadro, con esa atmósfera tropical, densa y húmeda del invernadero. El encargo me resultó estimulante, y al crear la música me centré sobre todo en cómo podría dialogar a través de ella con las plantas. Ahora que la música* ya está integrada en el recinto del invernadero creo que realmente funciona.
Sin embargo, muchas veces me han comentado eso de “¿no creerás realmente que las plantas escuchan tu música, no?”. Para evitar debates ligados más al sistema de creencias que a los argumentos científicos, solía contestar eso de…. “ya se sabe que la música afecta el sistema nervioso y el cerebro de los seres humanos y en este caso concreto, la música está destinada a que el visitante del jardín botánico tenga una experiencia sensorial”.
Pero creo que ya es hora de sostener otro tipo de argumentos. Normalmente tendemos a pensar que las plantas vegetan. En general, cuando decimos de alguien que es como un vegetal, queremos describir que ni siente ni padece. Sin embargo, las plantas son unos seres que, aunque no se pueden desplazar y parecen inmóviles, cuentan con una genial y clara estrategia evolutiva en la que utilizan sus afinados sentidos para explorar el entorno y ocuparlo.
La vista. ¿Creen que las plantas ven? La búsqueda de la luz es fundamental en la vida y el comportamiento estratégico de las plantas. En su interior se encuentran unas moléculas que actúan como receptores de luz capaces de captar y transmitir información sobre la dirección y la calidad de la misma, en función de la longitud de la onda de sus rayos. No hay más que observar el movimiento adaptativo de cualquier planta buscando la luz.
El olfato. Las plantas disponen de un sistema olfativo muy refinado y difuso repartido por todo su organismo. Cuentan con millones de células con receptores de sustancias volátiles capaces de recabar información muy precisa de su entorno, para comunicarse entre ellas y con los insectos. Todos los olores producidos por las plantas (el romero, el limón, la albahaca, etc) equivalen a mensajes concretos.
¿Y el gusto? Al igual que con otros seres vivos, en las plantas se da una estrecha conexión entre el sentido del olfato y el gusto. Las plantas disponen de receptores de sustancias químicas que buscan alimento en el suelo a través de las raíces capaces de percibir pequeñísimos gradientes químicos, demostrando así un paladar exquisito. Las raíces están continuamente degustando nutrientes que pueden detectar con extrema precisión en el terreno. ¿Y qué me dicen de las plantas carnívoras o plantas con refinadísimas estrategias de caza?
¿Tiene una planta sentido del tacto? Lean a Lamarck y su experiencia con las mimosas púdicas o rocen con la yema del dedo una pequeña planta carnívora y verán cómo se retraen para defenderse.
Y por fin, el oído. ¿Oyen las plantas? Todos sabemos que los sonidos son vibraciones que se desplazan por el aire en forma de ondas sonoras que son captadas por nuestros oídos, pasan por la membrana del tímpano y su propia vibración nos permite traducir las ondas a sonidos. El movimiento del tímpano se convierte en una señal eléctrica que va hasta el cerebro a través del nervio auditivo. Las plantas no tiene orejas, sin embargo crecen dentro de un excelente conductor de vibraciones que es la propia tierra y el aire : las vibraciones pueden ser captadas por todas las células de la planta a través de los canales mecanosensibles. En los vegetales, pues, el sentido del oído también es difuso, y digamos que oyen con todo el cuerpo.
Hay numerosos estudios realizados sobre este tema con resultados interesantes, como, por ejemplo, el hecho de que la exposición al sonido altera la expresión genética de las plantas; o los estudios realizados por el Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal y la empresa de sonido BOSE que demostraron que las viñas sometidas al tratamiento musical crecían mejor y daban mejores frutos reduciendo el uso de insecticidas porque el sonido desorienta a los insectos. De nuevo y como en caso de los humanos, no es el género musical el que les afecta sino la frecuencia sonora, y hay ciertas frecuencias bajas que favorecen la germinación de las semillas y el crecimiento de las plantas. ¿No es fascinante?
Si les interesa el tema tanto como a mí, les recomiendo la lectura de un pequeño libro escrito por Stefano Mancuso y Alessandra Viola, “Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal”, donde tomarán verdadera conciencia de las sofisticadísimas estrategias de supervivencia del mundo vegetal, de esos seres que aunque parecen que ni se mueven ni dicen ni mu, se enteran de lo que pasa en su entorno más de lo comúnmente admitido.
*Música trópica en el Invernadero del Real Jardín Botánico de Madrid.
www.martatoro.com
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